martes, 16 de junio de 2020

TEXTO 6: La revolución rusa

6. REVOLUCIÓN RUSA

Diez días que estremecieron al mundo. John Reed

En septiembre emprendió la marcha sobre Petrogrado el general Kornílov para proclamarse dictador militar de Rusia. A su espalda descubrióse de pronto el puño blindado de la burguesía, que intentaba osadamente abatir la revolución. En la conjura de Kornílov se hallaban complicados varios ministros socialistas. Se sospechaba del propio Kerenski.

Sávinkov, a quien el Comité Central de su partido —el Partido Socialista-Revolucionario— pidió explicaciones, se negó a darlas y fue expulsado del partido. A Kornílov lo detuvieron los comités de soldados. Muchos generales fueron pasados a la reserva, varios ministros perdieron sus carteras y el gabinete cayó. Kerenski intentó formar un nuevo Gobierno con participación de representantes de los kadetes, partido de la burguesía. El Partido Socialista-Revolucionario, al que pertenecía, le ordenó prescindir de los kadetes. Kerenski no obedeció y amenazó con que, si los socialistas insistían en su actitud, él presentaría la dimisión.

Sin embargo, el sentir del pueblo era tan firme y claro que en aquel tiempo no se atrevió a oponérsele. Se formó un directorio provisional de cinco ministros con Kerenski a la cabeza, que asumió el poder hasta que se resolviera definitivamente el problema de la composición del Gobierno.

La sublevación de Kornílov unió a todos los grupos socialistas —tanto «moderados» como revolucionarios— en un apasionado impulso de autodefensa. No debía haber más korniloviadas. Era preciso formar un nuevo Gobierno responsable ante los elementos que apoyaban la revolución. Por eso el CEC (Comité Ejecutivo Central de los Soviets de Diputados Obreros y Soldados de toda Rusia) propuso a todas las organizaciones democráticas enviar delegados a la Conferencia Democrática, que debía abrirse el mes de septiembre en Petrogrado.

En el CEC se formaron inmediatamente tres tendencias.

Los bolcheviques exigían la convocatoria inmediata del Congreso de los Soviets de toda Rusia y el paso a éste de todo el poder.

Los eseristas centristas, dirigidos por Chernov, junto con los eseristas de izquierda que encabezaban Kamkov y Spiridónova, los mencheviques internacionalistas con Mártov al frente y los mencheviques centristas, representados por Bogdánov y Skóbelev, reclamaban la formación de un Gobierno socialista homogéneo.

Los mencheviques derechistas, capitaneados por Tsereteli, Dan y Líber, y los eseristas derechistas a los que dirigían Avxéntiev y Gots, insistían en que participasen en el nuevo Gobierno representantes de las clases pudientes.

Casi inmediatamente después de esto los bolcheviques conquistaron la mayoría en el Soviet de Petrogrado y luego en los Soviets de Moscú, Kíev, Odesa y otras ciudades. Los mencheviques y eseristas que predominaban en el CEC se alarmaron y decidieron que, en fin de cuentas, Lenin era para ellos más terrible que Kornílov. Modificaron el orden de representación en la Conferencia Democrática, destinando muchos más puestos a las cooperativas y otras organizaciones conservadoras.

Pero incluso esta Conferencia seleccionada adrede se pronunció al principio por un Gobierno de coalición sin kadetes. Sólo la franca amenaza de Kerenski de presentar la dimisión y los desesperados alaridos de los socialistas «moderados», gritando que «la República estaba en peligro» obligaron a la Conferencia a aceptar por una mayoría insignificante el principio de la coalición con la burguesía y a sancionar la creación de algo semejante a un parlamento consultivo sin ningún poder legislativo con el nombre de Consejo Provisional de la República Rusa.

En el nuevo ministerio los representantes de las clases pudientes de hecho lo dirigían todo y en el Consejo de la República Rusa obtuvieron un número de actas desproporcionadamente grande. (…)

Las clases pudientes, que se encontraban en el poder, se envalentonaron. Los kadetes declararon que el Gobierno no tenía derecho legal a proclamar la República en Rusia. Exigían la aplicación de medidas severas en el Ejército y en la Marina con objeto de disolver los comités de soldados y marinos y emprendieron el ataque contra los Soviets. Y en el ala opuesta del Consejo de la República los mencheviques internacionalistas y los eseristas de izquierda propugnaban la conclusión inmediata de la paz, la entrega de la tierra a los campesinos y la implantación del control obrero en la industria, o sea, prácticamente el programa bolchevique. Yo tuve ocasión de oír un discurso de Mártov contra los kadetes. Encorvado sobre la tribuna, como mortal enfermo que estaba, señalando con el dedo a las derechas, dijo con voz ronca apenas inteligible: «Ustedes nos llaman derrotistas. Pero los verdaderos derrotistas son los que esperan el momento favorable para concluir la paz, los que demoran interminablemente la paz hasta que del Ejército ruso no quede nada, hasta que la propia Rusia sea objeto de chalaneo entre los grupos imperialistas… Ustedes tratan de imponer al pueblo ruso una política dictada por los intereses de la burguesía. El problema de la paz debe ser resuelto inmediatamente». Entre estos grupos se debatían los mencheviques y los eseristas, percibiendo por la izquierda la presión del creciente descontento de las masas. Una profunda hostilidad dividía el Consejo de la República en grupos antagónicos.

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