La riqueza de las naciones. Adam Smith
CAPÍTULO 2
De la división del trabajo
El mayor progreso de la capacidad
productiva del trabajo, y la mayor parte de la habilidad, destreza y juicio con
que ha sido dirigido o aplicado, parecen haber sido los efectos de la división
del trabajo.
Será más fácil comprender las consecuencias
de la división del trabajo en la actividad global de la sociedad si se observa
la forma en que opera en algunas manufacturas concretas. Se supone
habitualmente que dicha división es desarrollada mucho más en actividades de
poca relevancia, no porque efectivamente lo sea más que en otras de mayor importancia,
sino porque en las manufacturas dirigidas a satisfacer pequeñas necesidades de
un reducido número de personas la cantidad total de trabajadores será
inevitablemente pequeña, y los que trabajan en todas las diferentes tareas de
la producción están asiduamente agrupados en un mismo taller y a la vista del
espectador. Por el contrario, en las grandes industrias que cubren las
necesidades prioritarias del grueso de la población, cada rama de la producción
emplea tal cantidad de trabajadores que es imposible reunirlos en un mismo
taller. De una sola vez es muy raro que podamos ver a más de los ocupados en
una sola rama.
Por lo tanto, aunque en estas industrias el trabajo puede estar
realmente dividido en un número de etapas mucho mayor que en las labores de
menor envergadura, la división no llega a ser tan evidente y ha sido por ello
menos observada.
Consideremos por ello como
ejemplo una manufactura de pequeña entidad, aunque una en la que la división
del trabajo ha sido muy a menudo reconocida: la fabricación de alfileres. Un
trabajador no preparado para esta actividad (que la división del trabajo ha convertido
en un quehacer específico), no familiarizado con el uso de la maquinaria empleada
en ella (cuya invención probablemente derive de la misma división del trabajo),
podrá quizás, con su máximo esfuerzo, hacer un alfiler en un día, aunque
ciertamente no podrá hacer veinte. Pero en la forma en que esta actividad es
llevada a cabo actualmente no es sólo un oficio particular sino que ha sido
dividido en un número de ramas, cada una de las cuales es por sí misma un
oficio particular. Un hombre estira el alambre, otro lo endereza, un tercero lo
corta, un cuarto lo afila, un quinto lo lima en un extremo para colocar la
cabeza; el hacer la cabeza requiere dos o tres operaciones distintas; el
colocarla es una tarea especial y otra el esmaltar los alfileres; hasta el
empaquetarlos es por sí mismo un oficio; y así la producción de un alfiler se
divide en hasta dieciocho operaciones diferentes, que en algunas fábricas
llegan a ser ejecutadas por manos distintas, aunque en otras una misma persona
pueda ejecutar dos o tres de ellas. He visto una pequeña fábrica de este tipo
en la que sólo había diez hombres trabajando, y en la que consiguientemente algunos
de ellos tenían a su cargo dos o tres operaciones. Y aunque eran muy pobres y carecían
por tanto de la maquinaria adecuada, si se esforzaban podían llegar a fabricar entre
todos unas doce libras de alfileres por día. En una libra hay más de cuatro mil
alfileres de tamaño medio. Esas diez personas, entonces, podían fabricar
conjuntamente más de cuarenta y ocho mil alfileres en un sólo día, con lo que
puede decirse que cada persona, como responsable de la décima parte de los
cuarenta y ocho mil alfileres, fabricaba cuatro mil ochocientos alfileres
diarios. Ahora bien, si todos hubieran trabajado independientemente y por
separado, y si ninguno estuviese entrenado para este trabajo concreto, es
imposible que cada uno fuese capaz de fabricar veinte alfileres por día, y quizás
no hubiesen podido fabricar ni uno; es decir, ni la doscientas cuarentava
parte, y quizás ni siquiera la cuatro mil ochocientasava parte de lo que son
capaces de hacer como consecuencia de una adecuada división y organización de
sus diferentes operaciones.
En todas las demás artes y
manufacturas las consecuencias de la división del trabajo son semejantes a las
que se dan en esta industria tan sencilla, aunque en muchas de ellas el trabajo
no puede ser así subdividido, ni reducido a operaciones tan sencillas. De todas
formas, la división del trabajo ocasiona en cada actividad, en la medida en que
pueda ser introducida, un incremento proporcional en la capacidad productiva
del trabajo. Como consecuencia aparente de este adelanto ha tenido lugar la
separación de los diversos trabajos y oficios, una separación que es asimismo
desarrollada con más profundidad en aquellos países que disfrutan de un grado
más elevado de laboriosidad y progreso; así, aquello que constituye el trabajo
de un hombre en un estadio rudo de la sociedad, es generalmente el trabajo de
varios en uno más adelantado. En toda sociedad avanzada el agricultor es sólo
agricultor y el industrial sólo industrial. Además, la tarea requerida para producir
toda una manufactura es casi siempre dividida entre un gran número de manos.
¡Cuántos oficios resultan
empleados en cada rama de la industria del lino o de la lana, desde quienes
cultivan la planta o cuidan el vellón hasta los bataneros y blanqueadores del lino,
o quienes tintan y aprestan el paño! Es cierto que la naturaleza de la
agricultura no admite tanta subdivisión del trabajo como en la manufactura, ni
una separación tan cabal entre una actividad y otra. Es imposible separar tan completamente
la tarea del ganadero de la del cultivador como la del carpintero de la del
herrero.
El hilandero es casi siempre una persona distinta del tejedor, pero el
que ara, rastrilla, siembra y cosecha es comúnmente la misma persona. Como esas
diferentes labores cambian con las diversas estaciones del año, es imposible
que un hombre esté permanentemente empleado en ninguna de ellas. Esta
imposibilidad de llevar a cabo una separación tan profunda y completa de todas
las ramas del trabajo empleado en la agricultura es probablemente la razón por
la cual la mejora en la capacidad productiva del trabajo en este sector no
alcance siempre el ritmo de esa mejora en las manufacturas.
Las naciones más
opulentas superan evidentemente a sus vecinas tanto en agricultura como en
industria, pero lo normal es que su superioridad sea más clara en la segunda
que en la primera. Sus tierras están en general mejor cultivadas, y al recibir
más trabajo y más dinero producen más, relativamente a la extensión y
fertilidad natural del suelo. Pero esta superioridad productiva no suele estar mucho
más que en proporción a dicha superioridad en trabajo y dinero. En la
agricultura, el trabajo del país rico no es siempre mucho más productivo que el
del país pobre, o al menos nunca es tanto más productivo como lo es normalmente
en la industria. El cereal del país rico, por lo tanto, y para un mismo nivel
de calidad, no siempre será en el mercado más barato que el del país pobre. A
igualdad de calidades, el cereal de Polonia es más barato que el de Francia,
pese a que éste último país es más rico y avanzado. El cereal de Francia es, en
las provincias graneras, tan bueno y casi todos los años tiene el mismo precio
que el cereal de Inglaterra, a pesar de que en riqueza y progreso Francia esté
acaso detrás de Inglaterra. Las tierras cerealistas de Inglaterra, asimismo,
están mejor cultivadas que las de Francia, y las de Francia parecen estar mucho
mejor cultivadas que las de Polonia. Pero aunque el país más pobre, a pesar de
la inferioridad de sus cultivos, puede en alguna medida rivalizar con el rico
en la baratura y calidad de sus granos, no podrá competir con sus industrias,
al menos en las manufacturas que se ajustan bien al suelo, clima y situación
del país rico.
Las sedas de Francia son mejores y más baratas que las de Inglaterra
porque la industria de la seda, al menos bajo los actuales altos aranceles a la
importación de la seda en bruto, no se adapta tan bien al clima de Inglaterra
como al de Francia. Pero la ferretería y los tejidos ordinarios de lana de
Inglaterra son superiores a los de Francia sin comparación, y también mucho más
baratos considerando una misma calidad. Se dice que en Polonia virtualmente no
hay industrias de ninguna clase, salvo un puñado de esas rudas manufacturas domésticas
sin las cuales ningún país puede subsistir.
Este gran incremento en la labor
que un mismo número de personas puede realizar como consecuencia de la división
del trabajo se debe a tres circunstancias diferentes; primero, al aumento en la
destreza de todo trabajador individual; segundo, al ahorro del tiempo que
normalmente se pierde al pasar de un tipo de tarea a otro; y tercero, a la invención
de un gran número de máquinas que facilitan y abrevian la labor, y permiten que
un hombre haga el trabajo de muchos.
En primer lugar, el aumento de la
habilidad del trabajador necesariamente amplía la cantidad de trabajo que puede
realizar, y la división del trabajo, al reducir la actividad de cada hombre a
una operación sencilla, y al hacer de esta operación el único empleo de su vida,
inevitablemente aumenta en gran medida la destreza del trabajador. Un herrero corriente
que aunque acostumbrado a manejar el martillo nunca lo ha utilizado para fabricar
clavos no podrá, si en alguna ocasión se ve obligado a intentarlo, hacer más de
doscientos o trescientos clavos por día, y además los hará de muy mala calidad.
Un herrero que esté habituado a hacer clavos pero cuya ocupación principal no
sea ésta difícilmente podrá, aun con su mayor diligencia, hacer más de ochocientos
o mil al día.
Pero yo he visto a muchachos de
menos de veinte años de edad, que nunca habían realizado otra tarea que la de
hacer clavos y que podían, cuando se esforzaban, fabricar cada uno más de dos
mil trescientos al día. Y la fabricación de clavos no es en absoluto una de las
operaciones más sencillas. Una misma persona hace soplar los fuelles, aviva o modera
el fuego según convenga, calienta el hierro y forja cada una de las partes del clavo;
al forjar la cabeza se ve obligado además a cambiar de herramientas. Las
diversas operaciones en las que se subdivide la fabricación de un clavo, o un
botón de metal, son todas ellas mucho más simples y habitualmente es mucho
mayor la destreza de la persona cuya vida se ha dedicado exclusivamente a realizarlas.
La velocidad con que se efectúan algunas operaciones en estas manufacturas
excede a lo que quienes nunca las han visto podrían suponer que es capaz de
adquirir la mano del hombre.
En segundo lugar, la ventaja
obtenida mediante el ahorro del tiempo habitualmente perdido al pasar de un
tipo de trabajo a otro es mucho mayor de lo que podríamos imaginar a simple
vista. Es imposible saltar muy rápido de una clase de labor a otra que se lleva
a cabo en un sitio diferente y con herramientas distintas. Un tejedor
campesino, que cultiva una pequeña granja, consume un tiempo considerable en
pasar de su telar al campo y del campo a su telar. Si dos actividades pueden
ser realizadas en el mismo taller, la pérdida de tiempo será indudablemente
mucho menor. Sin embargo, incluso en este caso es muy notable. Es normal que un
hombre haraganee un poco cuando sus brazos cambian de una labor a otra. Cuando
comienza la tarea nueva rara vez está atento y pone interés; su mente no está
en su tarea y durante algún tiempo está más bien distraído que ocupado con diligencia.
La costumbre de haraganear o de aplicarse con indolente descuido, que natural o
más bien necesariamente adquiere todo trabajador rural forzado a cambiar de
trabajo y herramientas cada media hora, y a aplicar sus brazos en veinte formas
diferentes a lo largo de casi todos los días de su vida, lo vuelve casi siempre
lento, perezoso e incapaz de ningún esfuerzo vigoroso, incluso en las
circunstancias más apremiantes. Por lo tanto, independientemente de sus deficiencias
en destreza, basta esta causa sola para reducir de manera considerable la
cantidad de trabajo que puede realizar.
En tercer y último lugar, todo el
mundo percibe cuánto trabajo facilita y abrevia la aplicación de una maquinaria
adecuada. Ni siquiera es necesario poner ejemplos. Me limitaré a observar,
entonces, que la invención de todas esas máquinas que tanto facilitan y acortan
las tareas derivó originalmente de la división del trabajo. Es mucho más
probable que los hombres descubran métodos idóneos y expeditos para alcanzar
cualquier objetivo cuando toda la atención de sus mentes está dirigida hacia
ese único objetivo que cuando se disipa entre una gran variedad de cosas. Y
resulta que como consecuencia de la división del trabajo, la totalidad de la
atención de cada hombre se dirige naturalmente hacia un solo y simple objetivo.
Es lógico esperar, por lo tanto, que alguno u otro de los que están ocupados en
cada rama específica del trabajo descubra pronto métodos más fáciles y prácticos
para desarrollar su tarea concreta, siempre que la naturaleza de la misma
admita una mejora de ese tipo. Una gran parte de las máquinas utilizadas en
aquellas industrias en las que el trabajo está más subdividido fueron
originalmente invenciones de operarios corrientes que, al estar cada uno
ocupado en un quehacer muy simple, tornaron sus mentes hacia el descubrimiento
de formas más rápidas y fáciles de llevarlo a cabo. A cualquiera que esté
habituado a visitar dichas industrias le habrán enseñado frecuentemente máquinas
muy útiles inventadas por esos operarios para facilitar y acelerar su labor
concreta. En las primeras máquinas de vapor se empleaba permanentemente a un
muchacho para abrir y cerrar alternativamente la comunicación entre la caldera
y el cilindro, según el pistón subía o bajaba. Uno de estos muchachos, al que
le gustaba jugar con sus compañeros, observó que si ataba una cuerda desde la
manivela de la válvula que abría dicha comunicación hasta otra parte de la
máquina, entonces la válvula se abría y cerraba sin su ayuda, y le dejaba en
libertad para divertirse con sus compañeros de juego. Uno de los mayores
progresos registrados en esta máquina desde que fue inventada resultó así un descubrimiento
de un muchacho que deseaba ahorrar su propio trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario