domingo, 7 de junio de 2020

TEXTO 1. LA REVOLUCIÓN FRANCESA

1. REVOLUCIÓN FRANCESA. ¿Qué es el Tercer Estado? Enmanuelle J. SIEYES. 1789

El plan de este escrito es ciertamente sencillo. Debemos responder a tres preguntas:
1. ¿Qué es el tercer estado? TODO.

2. ¿Qué ha sido hasta el presente en el orden político? NADA.

3. ¿Cuáles son sus exigencias? LLEGAR A SER ALGO.

Veamos si las respuestas son acertadas. Sería de todo punto erróneo que se tachara de exageración a tesis que aún no han sido debidamente probadas. Examinaremos a continuación los medios que se han empleado y aquellos otros que será preciso adoptar, a fin de que el tercer estado llegue efectivamente a ser algo. En este sentido diremos:

4. Lo que los ministros han intentado y lo que los propios privilegiados proponen en su favor.

5. Lo que hubiera debido hacerse.

6. Lo que resta por hacer al tercer estado para ocupar el puesto que le corresponde.

CAPÍTULO PRIMERO

EL TERCER ESTADO ES UNA NACIÓN COMPLETA

¿Qué se necesita para que una nación subsista y prospere?

Trabajos particulares y funciones públicas.

Todos los trabajos particulares pueden clasificarse en cuatro clases:

1. En cuanto la tierra y el agua proveen la materia prima de las necesidades humanas, la primera clase en el orden de las ideas, será la de todas las familias vinculadas a los trabajos del campo.

2. Desde la primera venta de las materias hasta su consumo o uso, una nueva mano de obra, más o menos numerosa, añade a aquellas un valor adicional más o menos complejo. La industria humana alcanza de este modo a perfeccionar los beneficios de la naturaleza, y el producto bruto dobla, decuplica y aún centuplica su valor inicial. Tal es la segunda clase de trabajos.

3. Entre la producción y el consumo, así como entre los diferentes grados de producción, se establece una multitud de agentes intermedios, útiles tanto a los productores como a los consumidores; a saber: los comerciantes y los negociantes. Los negociantes, quienes comparando sin cesar las necesidades de los diferentes lugares y momentos, especulan sobre el beneficio del almacenamiento y transporte. Los comerciantes, quienes se encargan, a su vez, de la venta, ora al por mayor, ora al por menor. Tal género de utilidad caracteriza la tercera clase de trabajos.

4. Además de estas tres clases de ciudadanos laboriosos y útiles, que se ocupan del objeto propio al consumo y al uso, se precisan aún en la sociedad una multitud de trabajos particulares y cuidados directamente útiles o necesarios a la persona. Esta cuarta clase de trabajos abarca desde las profesiones científicas y liberales más distinguidas, hasta los servicios domésticos menos estimados.
Tales son, pues, los trabajos que sostienen la sociedad.

¿Sobre quién recaen? Sobre el tercer estado.

Las funciones públicas pueden igualmente, en el estado actual, ordenarse sobre las cuatro conocidas denominaciones: espada, toga, iglesia y administración. Resultaría superfluo analizarlas en detalle para demostrar que el tercer estado integra los diecinueve vigésimos de todas ellas, con la salvedad de que se haya encargado de las más penosas y en general de todas aquellas que el orden privilegiado rehusó desempeñar. Sólo dos puestos lucrativos y honoríficos se hallan ocupados por los miembros del orden privilegiado. ¿Puede considerarse ello un mérito? Sería preciso a tal efecto, o bien que el tercer estado rehusara a ocupar tales puestos, o que resultara incapaz de ejercer tales funciones.

Bien conocida resulta, sin embargo, la realidad. Así, se han usado establecer prohibiciones al tercer orden y se le ha dicho:

"Cualesquiera que fuera en tus servicios y tus talentos, solamente podrás alcanzar determinado nivel, sin traspasarlos jamás. No es bueno que se te honre."

Las raras excepciones a lo antes dicho, percibidas como tales, no resultan sino irrisorias y el lenguaje empleado en tales ocasiones, deviene adicional insulto. Si bien una tal exclusión no es sino un crimen social y una auténtica hostilidad para con el tercer estado, ¿podría al menos resultar de utilidad para la cosa pública? ¿No se conocen acaso los perniciosos efectos del monopolio? En efecto, si por una parte desalienta aquellos a quienes excluye, no es menos cierto que vuelve inútiles a quienes favorece. Por ende, es cosa sabida que toda obra realizada en ajenidad a la libre concurrencia, resulta a la postre más cara y deficiente. ¿Se ha reparado, por ende, en el hecho de que, al aceptar una función cualquiera a un determinado orden de ciudadanos, debe retribuirse no solamente al que trabaja, sino también a todos los miembros de la casta que no están empleados, así como a sus respectivas familias? ¿Se ha prestado atención al hecho de que cuando el gobierno deviene patrimonio de una clase particular, se incrementan los cargos fuera de toda mesura, creándose las plazas no en atención a las necesidades de los gobernados, sino a las de los gobernantes? ¿Se ha observado que este estado de cosas, injustamente, y aún oso decir, estúpidamente respetado entre nosotros, nos resulta, cuando leemos la historia del antiguo Egipto y los relatos de viajes de las Indias, despreciable,  monstruoso y destructivo de toda industria, enemigo del progreso social, envilecedor del  género humano en general y particularmente intolerable para los europeos ? Pero abandonemos consideraciones que si bien ampliarían y aclararían la cuestión, entorpecerían sin embargo el discurrir de nuestro argumento. Bástenos, por el momento, haber ayudado a percibir que la pretendida utilidad de un orden privilegiado para el servicio público no constituye sino una quimera; que sin el concurso de aquel todo lo que hay de penoso en tal servicio es realizado por el tercer estado; que sin su presencia en las plazas superiores serían infinitamente mejor desempeñadas; estas últimas deberían ser, naturalmente, la recompensa de los talentos y servicios reconocidos; y que, en fin, el hecho de que los privilegiados hayan usurpado todos los puestos honoríficos y lucrativos, constituye tanto una odiosa iniquidad para la generalidad de los ciudadanos, cuanto una traición para la cosa pública.

¿Quién osaría, pues, negar que el tercer estado no posee en sí mismo todo lo necesario para formar una nación completa? Es como un hombre fuerte y robusto que tiene, sin embargo, un brazo encadenado. Si se suprimiera el orden privilegiado, la nación en nada menguaría, sino que se acrecentaría. Así, pues, ¿qué es el tercer estado? Todo, pero un todo aherrojado y oprimido. ¿Qué sería sin el orden privilegiado? Todo, pero un todo libre y floreciente. Nada puede funcionar sin él; sin embargo, todo iría infinitamente mejor, sin el privilegio.

 

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