La población española crece en el
siglo XIX (más en la primera mitad). Se pasa de 11,5 millones en 1800 a 18,5
millones en 1900. Se mantiene el régimen antiguo de población (muchos
nacimientos y muertes), que irá cambiando poco a poco.
Las principales causas de la causas
mortalidad son las crisis de subsistencia debidas al clima, la falta de
transportes y el atraso en las técnicas agrarias (relacionadas con la falta de
alimentación), las epidemias y enfermedades (cólera, tifus, viruela…) y las guerras.
Poco a poco, la mortalidad
disminuye a lo largo del siglo por la mejora de la alimentación, el descenso
epidemias (mejora de higiene) y los avances científicos (vacunas). Aun así, la
población crece moderadamente, menos que en Europa, y la esperanza de vida es
también menor que en Europa (España: 34-35 años; Europa: 45 años).
Respecto a la distribución de la
población, sigue siendo fundamentalmente rural (70 %). Al crecer la población,
comienza el éxodo rural, concentrándose en la periferia, en detrimento del
interior (excepto Madrid).
Además, se producen migraciones exteriores
al norte de África (hasta 1880) y a América (última década). Zonas como
Galicia, Asturias o Canarias son protagonistas de esta emigración, causada por
las malas condiciones del país. Algunos de estos emigrantes consiguen “hacer
las Américas”, retornando tras hacer fortuna. Serán los denominados “indianos”.
Las industrializaciones y las
amortizaciones provocaron un aumento del desarrollo urbano. Este crecimiento de
las ciudades hace que en muchas de ellas se destruyan las antiguas murallas, se
creen barrios en la periferia de carácter proletario y otros ensanches
burgueses de carácter planificado (Plan Cerdá en Barcelona o barrio de
Salamanca en Madrid), se derriben viviendas en el casco histórico para crear
nuevas calles (Gran Vía de Madrid) y se desarrollen infraestructuras, como el
alumbrado, abastecimiento de aguas, empedrado o la incorporación de nuevos
inventos como el telégrafo y el tranvía.
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