Al finalizar el siglo XIII, los
territorios cristianos abarcaban ya toda la Península excepto el reino musulmán
de Granada y presentaban una división política que no cambiaría hasta los RRCC:
la Corona de Castilla (Castilla y León), la Corona de Aragón (Aragón, Cataluña,
Valencia y Baleares), el reino de Portugal y el Reino de Navarra. En Castilla
el monarca poseía amplios poderes, mientras en Aragón las Cortes vigilan al rey
(se trata de una unión de territorios).
El modelo de sociedad feudal se
consolidó a lo largo de toda la península con sus instituciones típicas como el
vasallaje y los señoríos territoriales y jurisdiccionales. Los señoríos eran
territorios concedidos por el rey a un particular o institución como pago por
algún servicio prestado. Los territoriales fueron característicos de las zonas
de repoblación por presura. Los jurisdiccionales daban a sus beneficiarios el
privilegio de la inmunidad y sus dueños ejercían su autoridad con total
independencia. En ambos el señor percibe rentas de la tierra (pago directo en
especie, dinero o trabajo o por gravamen de servicios de obligado uso).
La sociedad medieval estaba
articulada en torno a 3 estamentos: la nobleza y el clero constituían los
grupos privilegiados, mientras el estado llano estaba formado por el
campesinado y una incipiente burguesía de las ciudades. Los privilegiados
basaban su poder en la posesión de tierras, estaban exentos del pago de
impuestos y sometidos a leyes especiales. La alta nobleza se convirtió en
propietaria de grandes extensiones. El clero completaba sus ingresos con el
obligado pago del diezmo. Los campesinos tenían obligaciones hacia sus señores
jurisdiccionales o hacia los propietarios de la tierra. Además también
encontramos minorías religiosas y étnicas marginadas: los judíos,
mayoritariamente urbanos, y los mudéjares que vivían en el campo.
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